RECUERDOS DE LA GUERRA.MS.
Mis primeras imágenes, archivadas en el “disco
duro” de la memoria, son las vividas en Sariñena. La época, algún año, algunos
meses tal vez, antes de la Guerra Civil. Existen fotografías de entonces, que en nada presagiaban el futuro de la
familia Solanot, mi madre y hermanas con la niñera (nosotros nacimos con niñera
y zapatos), paseando por Canfranc, con las montañas pirenaicas por fondo,
parece ser que mi madre estaba necesitada de respirar el aire puro de los
Pirineos. Alguien ha dicho que después de dar a luz a mi hermana pequeña,
Pilarin, (después se quedó en Pili), cayó enferma debido a complicaciones
surgidas de la medicina de entonces.
Pronto empezó la pesadilla. Tengo claro lo cruel que para mi familia fue
aquello y los recuerdos de las amenazas en mi casa cuando empezó. Amenazas
relatadas por mi padre, posteriormente corroboradas por algún superviviente,
que cuando llegue su turno citaré. Los bombardeos “nacionales” y el experto en
identificación de la nacionalidad de los aviones. Un perro “San Bernardo”
llamado York identificaba de donde venían los aviones por el sonido de sus
motores, de hecho los aviones alemanes que prestaban su apoyo al ejército de
Franco, tenían un sonido distinto de los aviones rusos, que a su vez
colaboraban con los republicanos. Una vez identificados, York, el perro, avisaba al personal de la fábrica recorriendo
los pisos , no dejando de ladrar hasta
que todos estábamos dentro del refugio, que no era otro que el sótano de la
fábrica, él era el último en entrar. En el barrio de la estación, que es donde
estaba la fábrica, la gente estaba pendiente del perro, si venían aviones de
los nuestros, es decir de los “rojos” pues Sariñena era zona” roja” y el perro
no se movía de la puerta de la fábrica, la gente estaba tranquila.
Los
recuerdos de un niño de cinco o seis
años, estaban centrados en jugar con las carretillas de la fábrica, con el
perro como compañero de juegos, al escondite entre los sacos, pasear por el
campo con nuestra madre, la niñera y el inseparable York y un gatita llamada
Currita, intima amiga del perro hasta el punto de comer en el mismo plato y
dormir juntos, la gata encima del perro que le daba calor,( de todos es sabido
lo frioleros que son los gatos). Esta imagen si que la tengo fija, lo mismo que
los bombardeos, la entrada y salida de gente en casa, gente con muy malas
intenciones. Años después supe quienes eran y que querían. Culpaban a mi padre
de tener una fábrica, de explotador capitalista exigiendo requisar la fabrica y
repartirla entre los sufridos trabajadores victimas del explotador de turno, mi
padre, por lo que había que darle un “paseo” y a mi madre, que ya estaba
enferma, de esconder banderas fascistas en la cama, por lo que fue obligada a
levantarse, para mirar debajo del colchón, asustando y amenazando en medio de
los llantos de unos y los gritos de otros, para no encontrar ninguna bandera,
ni símbolos fascistas ni armas. Cuando este suceso lo conocieron los obreros de
la fábrica, ( los oprimidos del capitalismo) capitaneados por mi tío Arturo y
algún dirigente del proletariado, señalados activistas del llamado Frente
Popular, que trabajaban con mi padre en la fábrica, montaron guardia en la
puerta de mi casa para impedir que a mi padre le diesen un “paseo”, paseo del
que nadie volvía. Las razones de impedirlo eran defendidas pistolas en mano,
parece ser que entonces todos tenían pistolas y afortunadamente los
trabajadores de la fábrica, siendo del mismo” equipo” que los otros o tenían
las armas más grandes o les convencieron para dejarnos en paz.
No
recuerdo como fue, pero en vísperas de la aberración de la guerra, mi hermana
pequeña, Pili, con dos o tres años de edad,
fue llevada a Zaragoza por causa de la enfermedad de mi madre, con unos
tíos, que tenían una carnicería y mi abuela. Por esta causa, los hermanos
pasamos la guerra, separados, mi hermana mayor Mary Cruz y yo, en Sariñena y
Pili en Zaragoza. Ya no nos volvimos a encontrar hasta el final de la guerra,
bueno, el final se retrasó un poco, me refiero hasta que nuevamente fuimos
repatriados, pero hasta llegar ese momento sucedieron muchas cosas, hay que ir
paso a paso.
La
enfermedad de mi madre fue agravándose sin tener conciencia de que podía pasar
(mi padre tuvo que ingresarla en una sanatorio en Olot, provincia de Gerona),
nosotros, por supuesto que no, hasta que una tarde, estábamos jugando con el
perro, nuestro mejor amigo, York, mi hermana Mary Cruz y yo, llegó el tío
Arturo y nos dijo que nuestra madre había muerto. Lloramos como niños sin saber
que había pasado. Perder a la madre a la edad que yo la perdí, quizá no se sepa
hasta que punto te marca, luego cuando vas creciendo y ves y sientes el vacío
que hay a tu alrededor, compruebas la soledad de aquel momento. Es imposible
olvidarlo. Siempre que revives aquellas palabras, miras al Cielo y preguntas por qué a mí. La
vida acaba endureciendo el corazón, es cierto, pero yo no tengo ninguna duda de
que con mi madre, mi vida habría sido distinta, la mía y la de mis hermanas y
la de mi padre. Decir que su muerte nos rompió los corazones, no es suficiente.
Se rompieron muchas más cosas, la principal es que tienes que aprender a vivir
sin madre, cuando todavía no sabes andar por la vida y no tienes a quien llamar
cuando estas solo y no sabes qué hacer ni que camino es el correcto. Es cierto
que sales adelante, pero en el curso de los años, te haces mayor y el mundo es
un laberinto de caminos, de no encontrar respuestas a las dudas, ver como otras
madres cuidan de sus hijos, como las gallinas a sus polluelos o las lobas a sus
cachorros y tú estás solo en ese mundo de cuento de hadas si lo ves desde fuera
o de los tristes cuentos de Dickens, entonces dudas, intentas superarte,
pero, ¿cuántas veces miras al Cielo?. Si
algo he echado de menos en esta vida, ha sido a mi madre. Por algo las tristes
historias de Dickens me han impactado siempre.
La
siguiente etapa de la guerra, la marcaba el frente de batalla, los nacionales o
los otros, avanzaban y retrocedían, la batalla del Ebro y la Sierra de
Alcubierre al lado, fue cruel para todos y no estaba lejos de Sariñena y se
contaban barbaridades, que los moros se
comían a los niños crudos y por lo tanto habría que evacuar a la población,
unos por voluntad propia y otros a la fuerza. La historia de las guerras la
sufren los ciudadanos que las padecen, pero las manejan los embusteros
manipuladores interesados en justificarlas, los que las pierden y los que las
ganan. A nosotros, a los Solanot nos manipularon, no teníamos por qué huir,
debimos escondernos y esperar, no creer en las mentiras ni en las promesas de
paraísos, cuando nuestra tropas recuperasen el terreno perdido muy pronto, sin
embargo, tuvimos que abandonar nuestra casa y mi padre, mi abuelo Constantino,
mi hermana y yo y la muchacha que
teníamos en casa, nos subieron a un vagón de tren, pero de los de mercancías,
igual que a los judíos en la guerra siguiente, mientras otros más inteligentes
se quedaban escondidos en sus casas del campo o graneros o cobijos del ganado y
esperar a los que venían, si es que llagaban. Hubo quien se escondió dentro de
los rincones de la fábrica, rincones que se convertían fácilmente en
escondites, como las pilas de sacos en los
almacenes, sótanos, pero a los Solanot, como borregos no nos dieron
opción, tan solo pudimos despedirnos del bueno de York al que no dejaron subir
al tren. La imagen de aquel enorme perro,
gimiendo de pena, no la he olvidado. La siguiente parada Barcelona.
Barcelona me trae muchos recuerdos. Estuvimos, supongo que casi dos años, sí
recuerdo donde vivimos, en la calle Provenza, no estoy seguro si era el 321 ó
el 315, gracias a las gestiones
de unos tíos, primos de nuestra madre y del tío Arturo, que estaba muy metido en aquel tinglado, nos
adjudicaron un piso que pertenecía a algún cónsul en el exilio. Estaba muy
cerca, casi esquina, con el paseo de San Juan, donde había un refugio al que
había que ir en cuanto sonaban las alarmas de la aviación, que aquello era de
no dormir, todas las noches de carreras varias veces. Las alarmas constantes,
nos llevó, pasado un tiempo a no hacer caso después de que una noche alguien se
equivocó y a la hora de tocar las sirenas de retirada, seguían bombardeando y
nos pilló en medio de la calle. Mi padre decidió que si nos tenía que tocar, al
menos que fuera en casa. A partir de ese día ó noche salíamos al balcón a ver
la pelea que tenían la artillería del Tibidabo y la aviación. Los bombardeos
nocturnos eran más interesantes de ver, los focos, los antiaéreos, ver un avión
iluminado por los focos y como lo perseguían para ver si caía alguno, era un
espectáculo para un niño, inconsciente del peligro y del drama que vivían
aquellos que en cielo luchaban por sobrevivir. Nuestra diversión era una
aberración más de la guerra, pero bueno, yo “solo” tenía siete años. Hasta el
punto de que una noche, cayó medio balcón del piso de arriba, pero nosotros,
aquella noche, no estábamos mirando los cañonazos del “carmelo”, que así le
llamaban al cañón del Tibidabo, ni los
focos. Desde entonces se prohibió salir a ver lo que hacían los unos y los
otros. Ni refugio ni balcón, solamente nos quedaba contar cuantas alarmas se
producían cada noche, hasta diez y siete contamos una vez. Decían las noticias
de la calle que el piloto era un hermano de Franco, que con un hidroavión se
encargaba de amargar las noches de todos los barceloneses, cargaba en el mar,
cerca de Barcelona, volvía, dejaba caer su mortífera carga y vuelta a empezar y
así hasta que terminaba su “jornada”. Bueno, las noches y los domingos por la
mañana castigaban de forma más contundente, en especial el blanco era el
puerto, pero de paso apuntaban donde querían hacer daño (Mi padre decía que
parecía que venían a la hora de Misa). No siempre acertaban en los barcos que
había en el puerto, la población civil también padeció la furia de la aviación.
De forma especial eran los bombardeos de los domingos al mediodía, cuando más
gente estaba en la calle, hubo verdaderas masacres. En aquella guerra salvaje,
hubo más de un Guernica
……………..
Bombas
aparte, la gente parece ser que hacía su vida y nosotros, inconscientes de lo
que pasaba en nuestro entorno, no nos enterábamos de las dificultades y
peripecias que pasaba nuestro padre para poder hacernos la vida lo más fácil
posible. Como el traslado no incluía ir a la escuela, creo recordar que mi
padre nos enseñó a leer y escribir, en Sariñena no teníamos edad para la
escuela, por lo menos yo, mi hermana Mary Cruz tal vez sabría algo, lo cierto
es que cuando por fin pude entrar en una escuela, tenía diez años y sabía cómo
los niños de mi edad. Volvamos a la narración. Por medio de alguna amistad, mi
padre consiguió un trabajo en la oficina del departamento de Abastecimientos.
Aquel “enchufe” nos permitía comer todos los días, lentejas con arroz y para
cenar arroz con lentejas. De vez en cuando aparecía el tío Arturo con latas de
carne procedente de Argentina, (nunca supimos de donde salían) así es que pasar
hambre, no pasamos.
Un día, mi abuelo Costa,
se perdió paseando y no supo volver a casa, el disgusto de mi padre era enorme,
(era su padre) y alguien lo encontró casi de madrugada. No supimos que le había
pasado, lo cierto es que poco después cayó enfermo y murió en poco tiempo. La
familia se iba diezmando, ya eran dos que se quedaban en Cataluña para siempre,
mi madre en Olot y mi abuelo en Barcelona.
Cuando
pasó el primer susto de la entrada de las tropas del otro bando, y la alegría
de desaparecer los bombardeos, mi padre fue a la oficina donde había estado
trabajando, para ver cómo estaba la situación. Era un departamento oficial y
tal vez pensara que convendría estar a bien con los que venían o de alguna
forma seguir trabajando, supongo que tendría muchas preocupaciones en aquellos
momentos, en especial ver como volver a casa. La sorpresa fue que allí estaba
el Secretario de Abastecimientos, en su despacho de siempre, responsable
político de cierto relieve con la República y,
con la entrada de las tropas nacionales, seguía siendo importante con el
nuevo régimen. Contaba mi padre que cuando se sorprendió de verle allí, le dijo
que él pertenecía al movimiento falangista, compañero del fundador de la
Falange y ¡había estado toda la guerra en un puesto de responsabilidad de la
República!, algo que parecía increíble, pero así era. Este buen señor le dijo,
que gracias a estar donde estaba, había evitado dar curso a ciertas denuncias
que había recibido, una de ellas contra mi padre, en la que le acusaban de
fascista, capitalista, franquista al que había que eliminar por el bien de la
República y algún otro delito que lo hacía peligroso. Denuncias que como es de
suponer, se las guardó y se las entregó a mi padre unas vez que Barcelona fue
tomada por las tropas llamadas nacionales. Estas denuncias procedían de
alguien, uno más, de los muchos que se dedicaron a saldar cuentas por la vía
rápida. Todos los acreedores que mi padre tenía de la fábrica, una vez
terminada la guerra, desparecidos documentos,
si desaparecía el poseedor de las facturas sin pagar, el deudor podía dar las deudas por canceladas. De hecho, nunca nadie saldó su
cuenta, de hecho, solo mi padre pagó todas las cuentas de una vez.
El siguiente párrafo pertenece a otro escrito, pero también relacionado con
mi estancia en Barcelona. Fue una carta escrita a mi hermana Mary Cruz,
(también fallecida) que endulzaba un poco la negra vida de la guerra.
"Recuerdo cuando nuestro padre
nos llevaba al teatro Tivoli de Barcelona a ver zarzuelas todos los domingos,
hasta el punto que llegamos a aprendernos de memoria muchas letras y hasta
llegamos a cantarlas tu y yo, con regular éxito por supuesto, pero a mí me
encantaba ser protagonista de aquellos dúos, me sentía “importante” estar a tu
altura. Esta actividad nos permitía olvidarnos de los bombardeos, de los
refugios y hasta creo que la música nos hizo un poco felices. Lástima que a
Pili le tocase vivir al otro lado de la guerra, sin duda nos habría ganado a
cantar ya que ella llegó a “actuar”, (en un grupo de aficionados por
supuesto). Siempre que escucho Gigantes
y Cabezudos (la hago con regular frecuencia) y su Coro de repatriados, tengo en
mi mente con una claridad difícil de explicar, cuando nos repatriaron a
Zaragoza en aquel camión sin toldo, un 28 de Enero de 1939 y avistamos El
Pilar, cruzando el puente de piedra
nuestro padre empezó a cantar esa romanza y nosotros también....
Recuerdo las lágrimas de nuestro padre y ver aquel hombre tan grande llorar, no
sé porqué, pero también lloramos".(Hoy 75 años después cuando pongo en la
pantalla del PC, esa Zarzuela, el canto de aquellos repatriados, no puedo
reprimir una emoción especial)
Estas páginas están sacadas de
una especie de Memoria personal que escribí hace tiempo, ante el temor que
llegue el día que no me acuerde y la historia se volatilice. Te prometo por
Isabel Allende que esto, no es un cuento. También te prometo que solamente
cuatro o cinco personas conocen esta historia.
¿Querías saber de mis andanzas
en Cataluña?, pues ya sabes por qué soy del Barsa y por qué me duele todo lo pasa en esa tierra,
que es un poco mía también. Gente mía quedó ahí para siempre. Raíces y cenizas.
Y lo más importante, memoria.