(III) QUE QUEDA DE
AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS
BARCELONA EN EL
RECUERDO

Por
razones profesionales, volví a Barcelona con motivo de una invitación a visitar
la Feria de Muestras, porque era obligatorio, desde el punto de vista profesional,
estar al día en cualquier novedosa innovación técnica. La ocasión era magnifica,
regresar tras años de ausencia obligada a esa ciudad y por la oportunidad de
revivir una época que nunca he olvidado a pesar de mis pocos años (7 a 9). Los
últimos años de la guerra los viví en Barcelona y el tiempo transcurrido no
había borrado la calle Provenza, el Paseo de San Juan, la Rambla, el Tibidabo,
la Sagrada Familia, el Parque Güell y sobretodo el teatro Tívoli, donde mi
padre nos llevaba a mi hermana y a mí a ver y oír zarzuelas. Hay que ver lo
selectiva que es la memoria, recuerdo estas cosas y sin embargo, de los
bombardeos escasamente me acuerdo y me consta que los viví, de día y de noche. A
veces pienso que, tal vez, no he querido revivir aquello. Dejemos de dar saltos
y a ver si consigo hilvanar esta historia.
La
Feria Alimentaria era una muestra más de los adelantos tecnológicos a nivel
internacional, con un interesante programa de conferencias, coloquios, mesas redondas y toda clase de
disertaciones que aportaban información técnica, que había que asumir de forma
que el viaje fuese justificado. Estos eventos tienen sus espacios para poder descansar de vez en cuando, los
coffe-break y los rápidos almuerzos de trabajo servían para concertar nuevas
reuniones y de paso conocer gente que conocía gente. Con el paso del tiempo
llegué a participar en una buena parte del mecanismo riguroso de los programas
de actividades, donde está controlado cada minuto, de forma especial el
capítulo de ponencias, donde el tiempo de exposición, es difícil mantener. Si
te toca un orador que se gusta a si mismo, estás perdido ya que el tiempo manda
cortar y las preguntas te condicionan, si hay muchas manos levantadas, tienes
que elegir, y si no las hay y te sobran unos minutos, entonces tienes que
improvisar haciendo preguntas para salir del atasco. La primera vez que me toco
este rol, lo pasé muy mal, después, años más tarde, me movía como pez en el
agua. Si alguna vez tengo tiempo, escribiré sobre este tema, hay un anecdotario
muy interesante que refleja la condición humana y como se comporta (o
comportamos) de cara al público, especialmente cuando se quiere ser lo que no
se es. Siempre ha sido bueno ampliar el círculo de amistades y
sorprendentemente, reencontrarte con alguien que compartió otros momentos del
pasado casi olvidado. Antes que se me olvide, al principio he hablado de unos
recuerdos materiales y he de aclarar a que me refería; he encontrado entre mis
objetos personales un par de estuches con una especie de medallas
conmemorativas de dos Ferias Alimentarias,
en agradecimiento por los servicios prestados y unas tarjetas VIP que me
permitían el libre acceso a cualquier evento dentro de la Feria de Muestras de
Barcelona y recordando lo que me dijo un buen amigo recientemente "hay que aprovechar ahora que está el pan
caliente". Por este motivo me he saltado cuarenta años.

Vivir
una Feria de Muestras desde dentro, en ese proceloso mar del mundo de los
negocios, donde tiburones y embaucadores están dispuestos a llevarse clientes y
pedidos para sus empresas como sea, que para eso están en la Feria, me refiero
a las artimañas que se emplean, difícil de ver desde la orilla del visitante y
solo al alcance de ser observado, si te mueves entre bastidores. La más
llamativa o audaz, al menos para mí, un provinciano en la cosmopolita
Barcelona, es la de compensar una
jornada de trabajo, entrevistas y visitas a otros stands, etc., invitando a clientes, posibles clientes y allegados a "tomar una copa" en un club determinado, que se
privatizaba, mediante invitación personalizada y solo para clientes. Lo de
cerrar un local, parece ser que es un modo de garantizar y/o celebrar el éxito
de un negocio. En el todo incluido, la "compañía"
la ponía el club junto con el cava, el jamón y las delicadezas oportunas para
que todos los clientes saliesen relajados,
contentos y agradecidos por la "discreción"
del tiburón de turno. Esto sí que eran tentaciones y no las que predicaban en
mi pueblo en Cuaresma.

En
uno de esos viajes, tuve la oportunidad de volver a entrar en el Teatro Tívoli.
Por un momento pensé que era como un lugar de peregrinaje, sentí una sensación
extraña al recordar las veces que había estado allí al final de los años
trágicos de la guerra en compañía de seres queridos que ya no están. Cuando
esperaba que el maestro Solozábal iniciase los compases de "La Tabernera
del Puerto…" empezaron las notas de "West Side Story". La música
de Leonard Bernstein me devolvió a la realidad del momento.
Me encanta lo que escribes, tu forma de hacerlo me transporta a aquellos años y me abre una ventana ,a una infancia,de películas en blanco y negro y muchas cosas más, antiguas y maravillosas.
ResponderEliminar