lunes, 8 de abril de 2013







QUE QUEDA DE AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS (2)

LA CUARESMA EN EL RECUERDO

En realidad, antes de la Cuaresma, estaba (y está), el Carnaval, que se iniciaba con el Jueves Lardero, fiesta popular de origen pagano, que daba rienda suelta a las ansias de comer carne antes de iniciarse el ayuno cuaresmal. Luego se amplió, ya con los días de carnaval, a otras prohibiciones o limitaciones, es decir, al todo vale, D. Carnal y Doña Cuaresma en estado puro, por lo que alguien pensó, que lo mejor era usar máscaras y así, aparte de "desconocer" con quien se podían compartir las licencias, se ampliaban a otras apetencias, en especial las carnales y aledaños, que nada tenían que ver con su origen. De esta forma los excesos, si los hubiere, quedaban en el  limbo de los recuerdos. Parece ser que el dios Baco también se unió a la fiesta. O lo unieron. Quién sabe, uno más a compartir el éxito del fiestón.

 Si nos situamos entre el final de los cuarenta y principio de los cincuenta, (del siglo pasado), hablar de carnavales, era tentar al demonio de las prohibiciones. Nosotros no los habíamos conocido, pero los mayores del lugar, hablaban y no acababan de lo bien que se lo pasaban antes de la guerra, bailes, fiestas, alegría, algo así como los "botellones" de ahora, pero para mayores y en  plan rústico. Nosotros, también habíamos oído de los carnavales de Venecia, alguna película y alguna novela "no autorizada por la autoridad competente", nos hacía pensar en fiestas de ese tipo, que es lo que nos pedía el cuerpo, por lo tanto era necesario ponerse en la faena de tener nuestro particular carnaval, solo se necesitaba un local adecuado, que no llamase la atención a la autoridad, música, bebidas para animar el espíritu y chicas, (como los guateques que vinieron años más tarde), pero cuando no faltaba una cosa, faltaban dos, una de ellas siempre era el mismo capítulo, las chicas. Nadie se fiaba de las buenas intenciones y, al ser una población pequeña, todo se sabía enseguida y nos quedábamos lamiéndonos las heridas del fracaso como perros callejeros. Un carnaval solo de tíos, pues no, y año tras año, se pasaban los carnavales, solo teóricos en el calendario y con la resaca de la frustración,  amanecíamos en plena Cuaresma. 

 No quisiera entrar en temas de religión, pero si hay que ser creíble, hay que decir en qué  situación se vivía. La población estaba, como ahora, dividida, (esto no cambia nunca) los que creían y los que no, al margen de los pensaientos de cada uno, había unas reglas que se cumplían si o si. Solo diré como era la Cuaresma para quienes respetábamos las normas que dictaba la Iglesia Católica, para algunos de mis amigos,  cristianos como yo. Otros eran de otra ideología, pero seguían siendo tan amigos como siempre, la amistad estaba por encima de cualquier diferencia o creencia.

Lo normal o habitual, aparte de lo de no comer carne, era dejar de fumar y alguna otra promesa particular de menor importancia. Lo de fumar no era muy difícil, (además del ahorro) ya que entonces el tabaco estaba en cajetillas de picadura a granel, había que liar los cigarrillos, después de eliminar impurezas, que las había en cantidad. Liar bien los cigarrillos era una actividad artesanal muy laboriosa y delicada que ocupaba mucho tiempo, algo de lo que se disponía, pero que requería especial habilidad. No obstante no nos traumatizaba la abstinencia del tabaco. Únicamente, cuando los domingos se iba al café a echar la partida de cartas, billar, la rana o dominó, los amigos que no hacían promesas, disfrutaban echándonos el humo de aquellos "farias", (puros nacionales), más o menos tradicionales, a la hora del café y la copa.

Durante la cuaresma, eran obligatorios los sermones cuaresmales. Especialmente, había que evangelizar a aquellos descarriados, tanto vencedores como vencidos, algo nada fácil de conciliar, las heridas no cicatrizaban fácilmente y la memoria del pasado reciente, creaba situaciones duras de asimilar. La paz y la concordia tan necesitada, encontraban demasiados obstáculos, pese a la voluntad de querer olvidar, algo imposible de conseguir. Tiempo, mucho tiempo haría falta, además de voluntad, para calmar demasiados dolores, tal vez irreconciliables entre los creyentes y no creyentes, aquellas arengas en las que se llamaba a la feligresía, tal vez, no ayudaban demasiado,  toda suerte de recordatorios de lo que no debíamos hacer o habíamos hecho, de los peligros del demonio, de las tentaciones que conducían inexorablemente al infierno, mención especial al complimiento de los Mandamientos, los pecados capitales y los recién incorporados mandamientos de la Iglesia. Aquí, el orador, experto en misiones imposibles, intentaba convencernos de lo malos que éramos y como había que hacerse dignos hijos de la Iglesia. Esto lo decían a los que ya estábamos convencidos de  cuales eran nuestras obligaciones de cristianos. A veces pensábamos qué les diría a aquellos amigos que no asistían a estos sermones, que recordados en el tiempo, ponían demasiado dramatismo. El blanco de toda la disertación era la juventud, (siempre igual) o sea, nosotros, que no nos comíamos una rosca ni de broma y no digo nada de las hijas de Eva, que iban bien servidas la pobres. Eva, origen del pecado original, de desobediencia al comer de la fruta prohibida, de convencer al pobre Adán y de paso a todos nosotros. Los conceptos de obediencia, pureza, castidad, fidelidad, sacrificio (y se podía llegar a la flagelación), eran vitales para ahuyentar las tentaciones del demonio. Esto no coincidía con la otra parte de la ciudadanía, el otro discurso de la Radio Pirenaica y/o Radio España Independiente,  que todos o casi todos, conocíamos y comentábamos en voz baja, en especial los que "perdieron o perdimos" porque perder, perdimos todos, pero esto, ya es otra historia

Por aquel entonces, había empezado a leer "La divina comedia" y el viaje al infierno de Dante y el poeta Virgilio y aquella visión del infierno, de los amigos y parientes que, sorprendidos, encontraron por haber infringido alguna parte de los mandamientos, visión que coincidía con el argumento del sermón. Se supone que el sacerdote conocería la obra de Dante, así es que entre el cura y Dante, empezaban a ponerse los pelos como escarpias y salías convencido de que era necesario purgar nuestros pecados, ser honestos y puros y llevar la contraria a lo que decía otro clérigo versado en las letras, el Arcipreste de Hita, (a pesar de la muchas prohibiciones, leer, leíamos)  cuando decía, o dicen que dijo, (al menos, escrito quedó), aquello de la rueda de la vida, "pecar, hacer penitencia y luego volver a empezar". En aquella batalla de conceptos, ganaban los expuestos en el "Libro del buen Amor". Había un atisbo de esperanza.

El colofón de la Cuaresma era la Semana Santa. Por decreto, se cerraban todo tipo de actividades lúdicas, las radios solo emitían música sacra y clásica, (excepto la Pirenaica, que seguía su lucha particular), todo el mundo o casi todos, vivíamos  esos días con especial y obligado recogimiento. Quienes participábamos  en procesiones, vigilias etc., teníamos una especie de bula en la vigilia del Jueves Santo, ya que la Vigilia del Sagrario, la hacíamos los jóvenes. Era costumbre, entre turno y turno de rezos,  jugar a las cartas o dominó en la sacristía y gracias al cura más joven, (siempre hay un cura joven) que nos aportaba alguna licencia o dispensa en forma de vino de misa, de forma que la noche nos fuera más llevadera. Ni que decir tiene que formar parte del grupo en la vigilia, tenia lista de espera, lo mismo que llevar algún paso en la procesión, (la definición de "paso" resultaba un poco pretencioso) ser Caballero de la Virgen (dos grupos de cuatro), era un privilegio, en especial porque en la procesión eras blanco de las miradas de las chicas y por aquello del dicho  popular de adorar el santo por la peana, forzosamente te tenían que mirar y quién sabe si lo que veían influía cuando todo acabase, por lo que bien valía cualquier tipo de sacrificio y esto, marcaba el final de la Cuaresma. Al día siguiente, Sábado  de Gloria, repique de campanas y volver a la rutina, es decir, fumar, recobrar costumbres y recordar lo dicho por el Arcipreste de Hita; a "la rueda de la vida", que enseguida empezaban las fiestas locales en toda la comarca y era fácil olvidarse de un sinfín de amenazas. La eternidad quedaba un poco lejos.  

 

(Fin del capítulo 2)

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