QUE
QUEDA DE AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS (2)
LA
CUARESMA EN EL RECUERDO
En
realidad, antes de la Cuaresma, estaba (y está), el Carnaval, que se iniciaba
con el Jueves Lardero, fiesta popular de origen pagano, que daba rienda suelta
a las ansias de comer carne antes de iniciarse el ayuno cuaresmal. Luego se
amplió, ya con los días de carnaval, a otras prohibiciones o limitaciones, es
decir, al todo vale, D. Carnal y Doña Cuaresma en estado puro, por lo que
alguien pensó, que lo mejor era usar máscaras y así, aparte de
"desconocer" con quien se podían compartir las licencias, se ampliaban
a otras apetencias, en especial las carnales y aledaños, que nada tenían que
ver con su origen. De esta forma los excesos, si los hubiere, quedaban en el limbo de los recuerdos. Parece ser que el dios
Baco también se unió a la fiesta. O lo unieron. Quién sabe, uno más a compartir
el éxito del fiestón.
Si nos situamos entre el final de los cuarenta
y principio de los cincuenta, (del siglo pasado), hablar de carnavales, era
tentar al demonio de las prohibiciones. Nosotros no los habíamos conocido, pero
los mayores del lugar, hablaban y no acababan de lo bien que se lo pasaban
antes de la guerra, bailes, fiestas, alegría, algo así como los
"botellones" de ahora, pero para mayores y en plan rústico. Nosotros, también habíamos oído
de los carnavales de Venecia, alguna película y alguna novela "no
autorizada por la autoridad competente", nos hacía pensar en fiestas de
ese tipo, que es lo que nos pedía el cuerpo, por lo tanto era necesario ponerse
en la faena de tener nuestro particular carnaval, solo se necesitaba un local
adecuado, que no llamase la atención a la autoridad, música, bebidas para
animar el espíritu y chicas, (como los guateques que vinieron años más tarde),
pero cuando no faltaba una cosa, faltaban dos, una de ellas siempre era el
mismo capítulo, las chicas. Nadie se fiaba de las buenas intenciones y, al ser una
población pequeña, todo se sabía enseguida y nos quedábamos lamiéndonos las
heridas del fracaso como perros callejeros. Un carnaval solo de tíos, pues no,
y año tras año, se pasaban los carnavales, solo teóricos en el calendario y con
la resaca de la frustración, amanecíamos
en plena Cuaresma.
No quisiera entrar en temas de religión, pero
si hay que ser creíble, hay que decir en qué
situación se vivía. La población estaba, como ahora, dividida, (esto no
cambia nunca) los que creían y los que no, al margen de los pensaientos de cada
uno, había unas reglas que se cumplían si o si. Solo diré como era la Cuaresma
para quienes respetábamos las normas que dictaba la Iglesia Católica, para
algunos de mis amigos, cristianos como
yo. Otros eran de otra ideología, pero seguían siendo tan amigos como siempre,
la amistad estaba por encima de cualquier diferencia o creencia.
Lo
normal o habitual, aparte de lo de no comer carne, era dejar de fumar y alguna
otra promesa particular de menor importancia. Lo de fumar no era muy difícil, (además
del ahorro) ya que entonces el tabaco estaba en cajetillas de picadura a
granel, había que liar los cigarrillos, después de eliminar impurezas, que las
había en cantidad. Liar bien los cigarrillos era una actividad artesanal muy
laboriosa y delicada que ocupaba mucho tiempo, algo de lo que se disponía, pero
que requería especial habilidad. No obstante no nos traumatizaba la abstinencia
del tabaco. Únicamente, cuando los domingos se iba al café a echar la partida
de cartas, billar, la rana o dominó, los amigos que no hacían promesas,
disfrutaban echándonos el humo de aquellos "farias", (puros nacionales),
más o menos tradicionales, a la hora del café y la copa.
Durante
la cuaresma, eran obligatorios los sermones cuaresmales. Especialmente, había
que evangelizar a aquellos descarriados, tanto vencedores como vencidos, algo
nada fácil de conciliar, las heridas no cicatrizaban fácilmente y la memoria
del pasado reciente, creaba situaciones duras de asimilar. La paz y la
concordia tan necesitada, encontraban demasiados obstáculos, pese a la voluntad
de querer olvidar, algo imposible de conseguir. Tiempo, mucho tiempo haría
falta, además de voluntad, para calmar demasiados dolores, tal vez
irreconciliables entre los creyentes y no creyentes, aquellas arengas en las
que se llamaba a la feligresía, tal vez, no ayudaban demasiado, toda suerte de recordatorios de lo que no
debíamos hacer o habíamos hecho, de los peligros del demonio, de las
tentaciones que conducían inexorablemente al infierno, mención especial al
complimiento de los Mandamientos, los pecados capitales y los recién
incorporados mandamientos de la Iglesia. Aquí, el orador, experto en misiones
imposibles, intentaba convencernos de lo malos que éramos y como había que
hacerse dignos hijos de la Iglesia. Esto lo decían a los que ya estábamos
convencidos de cuales eran nuestras
obligaciones de cristianos. A veces pensábamos qué les diría a aquellos amigos
que no asistían a estos sermones, que recordados en el tiempo, ponían demasiado
dramatismo. El blanco de toda la disertación era la juventud, (siempre igual) o
sea, nosotros, que no nos comíamos una rosca ni de broma y no digo nada de las
hijas de Eva, que iban bien servidas la pobres. Eva, origen del pecado
original, de desobediencia al comer de la fruta prohibida, de convencer al
pobre Adán y de paso a todos nosotros. Los conceptos de obediencia, pureza,
castidad, fidelidad, sacrificio (y se podía llegar a la flagelación), eran
vitales para ahuyentar las tentaciones del demonio. Esto no coincidía con la
otra parte de la ciudadanía, el otro discurso de la Radio Pirenaica y/o Radio
España Independiente, que todos o casi
todos, conocíamos y comentábamos en voz baja, en especial los que
"perdieron o perdimos" porque perder, perdimos todos, pero esto, ya
es otra historia
Por
aquel entonces, había empezado a leer "La divina comedia" y el viaje
al infierno de Dante y el poeta Virgilio y aquella visión del infierno, de los
amigos y parientes que, sorprendidos, encontraron por haber infringido alguna
parte de los mandamientos, visión que coincidía con el argumento del sermón. Se
supone que el sacerdote conocería la obra de Dante, así es que entre el cura y
Dante, empezaban a ponerse los pelos como escarpias y salías convencido de que
era necesario purgar nuestros pecados, ser honestos y puros y llevar la
contraria a lo que decía otro clérigo versado en las letras, el Arcipreste de
Hita, (a pesar de la muchas prohibiciones, leer, leíamos) cuando decía, o dicen que
dijo, (al menos, escrito quedó), aquello de la rueda de la vida, "pecar,
hacer penitencia y luego volver a empezar". En aquella batalla de
conceptos, ganaban los expuestos en el "Libro del buen Amor". Había
un atisbo de esperanza.
El
colofón de la Cuaresma era la Semana Santa. Por decreto, se cerraban todo tipo
de actividades lúdicas, las radios solo emitían música sacra y clásica,
(excepto la Pirenaica, que seguía su lucha particular), todo el mundo o casi
todos, vivíamos esos días con especial y
obligado recogimiento. Quienes participábamos en procesiones, vigilias etc., teníamos una
especie de bula en la vigilia del Jueves Santo, ya que la Vigilia del Sagrario,
la hacíamos los jóvenes. Era costumbre, entre turno y turno de rezos, jugar a las cartas
o dominó en la sacristía y gracias al cura más joven, (siempre hay un cura
joven) que nos aportaba alguna licencia o dispensa en forma de vino de misa, de
forma que la noche nos fuera más llevadera. Ni que decir tiene que formar parte
del grupo en la vigilia, tenia lista de espera, lo mismo que llevar algún paso
en la procesión, (la definición de "paso" resultaba un poco
pretencioso) ser Caballero de la Virgen (dos grupos de cuatro), era un
privilegio, en especial porque en la procesión eras blanco de las miradas de
las chicas y por aquello del dicho popular de adorar el santo por la peana, forzosamente
te tenían que mirar y quién sabe si lo que veían influía cuando todo acabase,
por lo que bien valía cualquier tipo de sacrificio y esto, marcaba el final de
la Cuaresma. Al día siguiente, Sábado de
Gloria, repique de campanas y volver a la rutina, es decir, fumar, recobrar
costumbres y recordar lo dicho por el Arcipreste de Hita; a "la rueda de
la vida", que enseguida empezaban las fiestas locales en toda la comarca y
era fácil olvidarse de un sinfín de amenazas. La eternidad quedaba un poco
lejos.
(Fin
del capítulo 2)
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