(III) QUE QUEDA DE
AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS
BARCELONA EN EL
RECUERDO
Al iniciar esta especie de narraciones, repaso
de recuerdos vividos, sorprendentemente, estos surgen según la tecla que toques
y hagas clic en el hipotético teclado de la memoria. Como decía en el primer
escrito, no quiero estar sujeto a ninguna regla, me salto cuarenta años de
golpe y espero a que algún día pueda ordenar el conjunto de recuerdos. En este
caso, por alguna extraña razón, me he pasado unos cuantos capítulos y a la
vista de algunos recuerdos materiales, ha sido muy fácil volver a vivir los
noventa, también del siglo pasado, en esa ciudad, muy ligada sentimentalmente a
mi existencia. Mis raíces ó una buena parte de ellas, tienen su origen en esa
ciudad y en previsión de que el turno cronológico no permita el desarrollo
deseado a esta narración, me voy a permitir no guardar la cronología obligada.
Tiempo habrá de clasificar los recuerdos correctamente.
Por
razones profesionales, volví a Barcelona con motivo de una invitación a visitar
la Feria de Muestras, porque era obligatorio, desde el punto de vista profesional,
estar al día en cualquier novedosa innovación técnica. La ocasión era magnifica,
regresar tras años de ausencia obligada a esa ciudad y por la oportunidad de
revivir una época que nunca he olvidado a pesar de mis pocos años (7 a 9). Los
últimos años de la guerra los viví en Barcelona y el tiempo transcurrido no
había borrado la calle Provenza, el Paseo de San Juan, la Rambla, el Tibidabo,
la Sagrada Familia, el Parque Güell y sobretodo el teatro Tívoli, donde mi
padre nos llevaba a mi hermana y a mí a ver y oír zarzuelas. Hay que ver lo
selectiva que es la memoria, recuerdo estas cosas y sin embargo, de los
bombardeos escasamente me acuerdo y me consta que los viví, de día y de noche. A
veces pienso que, tal vez, no he querido revivir aquello. Dejemos de dar saltos
y a ver si consigo hilvanar esta historia.
La
Feria Alimentaria era una muestra más de los adelantos tecnológicos a nivel
internacional, con un interesante programa de conferencias, coloquios, mesas redondas y toda clase de
disertaciones que aportaban información técnica, que había que asumir de forma
que el viaje fuese justificado. Estos eventos tienen sus espacios para poder descansar de vez en cuando, los
coffe-break y los rápidos almuerzos de trabajo servían para concertar nuevas
reuniones y de paso conocer gente que conocía gente. Con el paso del tiempo
llegué a participar en una buena parte del mecanismo riguroso de los programas
de actividades, donde está controlado cada minuto, de forma especial el
capítulo de ponencias, donde el tiempo de exposición, es difícil mantener. Si
te toca un orador que se gusta a si mismo, estás perdido ya que el tiempo manda
cortar y las preguntas te condicionan, si hay muchas manos levantadas, tienes
que elegir, y si no las hay y te sobran unos minutos, entonces tienes que
improvisar haciendo preguntas para salir del atasco. La primera vez que me toco
este rol, lo pasé muy mal, después, años más tarde, me movía como pez en el
agua. Si alguna vez tengo tiempo, escribiré sobre este tema, hay un anecdotario
muy interesante que refleja la condición humana y como se comporta (o
comportamos) de cara al público, especialmente cuando se quiere ser lo que no
se es. Siempre ha sido bueno ampliar el círculo de amistades y
sorprendentemente, reencontrarte con alguien que compartió otros momentos del
pasado casi olvidado. Antes que se me olvide, al principio he hablado de unos
recuerdos materiales y he de aclarar a que me refería; he encontrado entre mis
objetos personales un par de estuches con una especie de medallas
conmemorativas de dos Ferias Alimentarias,
en agradecimiento por los servicios prestados y unas tarjetas VIP que me
permitían el libre acceso a cualquier evento dentro de la Feria de Muestras de
Barcelona y recordando lo que me dijo un buen amigo recientemente "hay que aprovechar ahora que está el pan
caliente". Por este motivo me he saltado cuarenta años.
Vivir
una Feria de Muestras desde dentro, en ese proceloso mar del mundo de los
negocios, donde tiburones y embaucadores están dispuestos a llevarse clientes y
pedidos para sus empresas como sea, que para eso están en la Feria, me refiero
a las artimañas que se emplean, difícil de ver desde la orilla del visitante y
solo al alcance de ser observado, si te mueves entre bastidores. La más
llamativa o audaz, al menos para mí, un provinciano en la cosmopolita
Barcelona, es la de compensar una
jornada de trabajo, entrevistas y visitas a otros stands, etc., invitando a clientes, posibles clientes y allegados a "tomar una copa" en un club determinado, que se
privatizaba, mediante invitación personalizada y solo para clientes. Lo de
cerrar un local, parece ser que es un modo de garantizar y/o celebrar el éxito
de un negocio. En el todo incluido, la "compañía"
la ponía el club junto con el cava, el jamón y las delicadezas oportunas para
que todos los clientes saliesen relajados,
contentos y agradecidos por la "discreción"
del tiburón de turno. Esto sí que eran tentaciones y no las que predicaban en
mi pueblo en Cuaresma.
Esto daba pié a que los ciudadanos ajenos a
ese mundo, decidíamos quedar a cenar y
de paso conocer Barcelona de noche, algo imperdonable no hacerlo. Como diría el
clásico aquello de sí "París bien vale una misa", Barcelona no es
menos, pero si le añadimos la noche, teníamos que ponernos nuestras mejores
galas para estar a la altura del entorno y del contorno. Yo acostumbraba a ir
con mi mujer a estos eventos y algunos amigos también lo hacían, otro compañero
catalán, vivía cerca y su mujer se incorporaba a la fiesta. Ellas disfrutaban
del fabuloso mundo del comercio de la ciudad, visitaban todos los centros de
modas y hasta el mercado de La Boquearía. Ni que decir tiene que las tarjetas
echaban humo, algo que estaba incluido en las previsiones del viaje. Mientras
tanto, nosotros no salíamos del recinto
ferial. Por extraño que parezca, a ellas también les encantaban los locales con
espectáculo, de forma muy especial, dada su fama, era obligado visitar El
Molino Rojo y sus "molineras",
aquellas lucecitas de neón, intermitentes,
de colores tan llamativas y tentadoras, invitaban a cruzar la raya de lo
políticamente correcto, parece ser que
les hacía ilusión conocer qué clase de "competencia"
había allí dentro o al otro lado de esa raya imaginaria. No negaré que en otras
ocasiones, "forzado" por
las circunstancias, había estado con amigos y conocíamos el comportamiento de
esas vicetiples, dispuestas a animar el espectáculo y jugar con los
espectadores ya que tan pronto veían matrimonios en el patio de butacas,
disfrutaban comprometiendo al incauto que se
quedaba en el pasillo y que de pronto se encontraba con una señora de
esas, ligera no, ligerísima de ropa, sentada en sus rodillas ante el asombro y
sofoco del afectado, sin saber qué hacer con las manos. Yo viví esta situación
en primera persona y mi mujer de testigo. Los focos y las risas de nuestros
amigos ponían la guinda a una noche para el recuerdo.
En
uno de esos viajes, tuve la oportunidad de volver a entrar en el Teatro Tívoli.
Por un momento pensé que era como un lugar de peregrinaje, sentí una sensación
extraña al recordar las veces que había estado allí al final de los años
trágicos de la guerra en compañía de seres queridos que ya no están. Cuando
esperaba que el maestro Solozábal iniciase los compases de "La Tabernera
del Puerto…" empezaron las notas de "West Side Story". La música
de Leonard Bernstein me devolvió a la realidad del momento.
Me encanta lo que escribes, tu forma de hacerlo me transporta a aquellos años y me abre una ventana ,a una infancia,de películas en blanco y negro y muchas cosas más, antiguas y maravillosas.
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