viernes, 12 de abril de 2013


 

(III) QUE QUEDA DE AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS

 

BARCELONA EN EL RECUERDO

 

 Al iniciar esta especie de narraciones, repaso de recuerdos vividos, sorprendentemente, estos surgen según la tecla que toques y hagas clic en el hipotético teclado de la memoria. Como decía en el primer escrito, no quiero estar sujeto a ninguna regla, me salto cuarenta años de golpe y espero a que algún día pueda ordenar el conjunto de recuerdos. En este caso, por alguna extraña razón, me he pasado unos cuantos capítulos y a la vista de algunos recuerdos materiales, ha sido muy fácil volver a vivir los noventa, también del siglo pasado, en esa ciudad, muy ligada sentimentalmente a mi existencia. Mis raíces ó una buena parte de ellas, tienen su origen en esa ciudad y en previsión de que el turno cronológico no permita el desarrollo deseado a esta narración, me voy a permitir no guardar la cronología obligada. Tiempo habrá de clasificar los recuerdos correctamente.


Por razones profesionales, volví a Barcelona con motivo de una invitación a visitar la Feria de Muestras, porque era obligatorio, desde el punto de vista profesional, estar al día en cualquier novedosa innovación técnica. La ocasión era magnifica, regresar tras años de ausencia obligada a esa ciudad y por la oportunidad de revivir una época que nunca he olvidado a pesar de mis pocos años (7 a 9). Los últimos años de la guerra los viví en Barcelona y el tiempo transcurrido no había borrado la calle Provenza, el Paseo de San Juan, la Rambla, el Tibidabo, la Sagrada Familia, el Parque Güell y sobretodo el teatro Tívoli, donde mi padre nos llevaba a mi hermana y a mí a ver y oír zarzuelas. Hay que ver lo selectiva que es la memoria, recuerdo estas cosas y sin embargo, de los bombardeos escasamente me acuerdo y me consta que los viví, de día y de noche. A veces pienso que, tal vez, no he querido revivir aquello. Dejemos de dar saltos y a ver si consigo hilvanar esta historia. 

La Feria Alimentaria era una muestra más de los adelantos tecnológicos a nivel internacional, con un interesante programa de conferencias,  coloquios, mesas redondas y toda clase de disertaciones que aportaban información técnica, que había que asumir de forma que el viaje fuese justificado. Estos eventos tienen sus espacios para poder descansar de vez en cuando, los coffe-break y los rápidos almuerzos de trabajo servían para concertar nuevas reuniones y de paso conocer gente que conocía gente. Con el paso del tiempo llegué a participar en una buena parte del mecanismo riguroso de los programas de actividades, donde está controlado cada minuto, de forma especial el capítulo de ponencias, donde el tiempo de exposición, es difícil mantener. Si te toca un orador que se gusta a si mismo, estás perdido ya que el tiempo manda cortar y las preguntas te condicionan, si hay muchas manos levantadas, tienes que elegir, y si no las hay y te sobran unos minutos, entonces tienes que improvisar haciendo preguntas para salir del atasco. La primera vez que me toco este rol, lo pasé muy mal, después, años más tarde, me movía como pez en el agua. Si alguna vez tengo tiempo, escribiré sobre este tema, hay un anecdotario muy interesante que refleja la condición humana y como se comporta (o comportamos) de cara al público, especialmente cuando se quiere ser lo que no se es. Siempre ha sido bueno ampliar el círculo de amistades y sorprendentemente, reencontrarte con alguien que compartió otros momentos del pasado casi olvidado. Antes que se me olvide, al principio he hablado de unos recuerdos materiales y he de aclarar a que me refería; he encontrado entre mis objetos personales un par de estuches con una especie de medallas conmemorativas de dos  Ferias Alimentarias, en agradecimiento por los servicios prestados y unas tarjetas VIP que me permitían el libre acceso a cualquier evento dentro de la Feria de Muestras de Barcelona y recordando lo que me dijo un buen amigo recientemente "hay que aprovechar ahora que está el pan caliente". Por este motivo me he saltado cuarenta años.


Vivir una Feria de Muestras desde dentro, en ese proceloso mar del mundo de los negocios, donde tiburones y embaucadores están dispuestos a llevarse clientes y pedidos para sus empresas como sea, que para eso están en la Feria, me refiero a las artimañas que se emplean, difícil de ver desde la orilla del visitante y solo al alcance de ser observado, si te mueves entre bastidores. La más llamativa o audaz, al menos para mí, un provinciano en la cosmopolita Barcelona, es la de compensar una jornada de trabajo, entrevistas y visitas a otros stands, etc.,  invitando a clientes, posibles clientes y allegados a "tomar una copa" en un club determinado, que se privatizaba, mediante invitación personalizada y solo para clientes. Lo de cerrar un local, parece ser que es un modo de garantizar y/o celebrar el éxito de un negocio. En el todo incluido, la "compañía" la ponía el club junto con el cava, el jamón y las delicadezas oportunas para que todos los clientes saliesen  relajados, contentos y agradecidos por la "discreción" del tiburón de turno. Esto sí que eran tentaciones y no las que predicaban en mi pueblo en Cuaresma.


 Esto daba pié a que los ciudadanos ajenos a ese mundo, decidíamos quedar  a cenar y de paso conocer Barcelona de noche, algo imperdonable no hacerlo. Como diría el clásico aquello de sí "París bien vale una misa", Barcelona no es menos, pero si le añadimos la noche, teníamos que ponernos nuestras mejores galas para estar a la altura del entorno y del contorno. Yo acostumbraba a ir con mi mujer a estos eventos y algunos amigos también lo hacían, otro compañero catalán, vivía cerca y su mujer se incorporaba a la fiesta. Ellas disfrutaban del fabuloso mundo del comercio de la ciudad, visitaban todos los centros de modas y hasta el mercado de La Boquearía. Ni que decir tiene que las tarjetas echaban humo, algo que estaba incluido en las previsiones del viaje. Mientras tanto,  nosotros no salíamos del recinto ferial. Por extraño que parezca, a ellas también les encantaban los locales con espectáculo, de forma muy especial, dada su fama, era obligado visitar El Molino Rojo y sus "molineras", aquellas  lucecitas de neón, intermitentes, de colores tan llamativas y tentadoras, invitaban a cruzar la raya de lo políticamente correcto,  parece ser que les hacía ilusión conocer qué clase de "competencia" había allí dentro o al otro lado de esa raya imaginaria. No negaré que en otras ocasiones, "forzado" por las circunstancias, había estado con amigos y conocíamos el comportamiento de esas vicetiples, dispuestas a animar el espectáculo y jugar con los espectadores ya que tan pronto veían matrimonios en el patio de butacas, disfrutaban comprometiendo al incauto que se  quedaba en el pasillo y que de pronto se encontraba con una señora de esas, ligera no, ligerísima de ropa,  sentada en sus rodillas ante el asombro y sofoco del afectado, sin saber qué hacer con las manos. Yo viví esta situación en primera persona y mi mujer de testigo. Los focos y las risas de nuestros amigos ponían la guinda a una noche para el recuerdo.

En uno de esos viajes, tuve la oportunidad de volver a entrar en el Teatro Tívoli. Por un momento pensé que era como un lugar de peregrinaje, sentí una sensación extraña al recordar las veces que había estado allí al final de los años trágicos de la guerra en compañía de seres queridos que ya no están. Cuando esperaba que el maestro Solozábal iniciase los compases de "La Tabernera del Puerto…" empezaron las notas de "West Side Story". La música de Leonard Bernstein me devolvió a la realidad del momento.

 

1 comentario:

  1. Me encanta lo que escribes, tu forma de hacerlo me transporta a aquellos años y me abre una ventana ,a una infancia,de películas en blanco y negro y muchas cosas más, antiguas y maravillosas.

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